Hoy os voy a contar un cuento,

«Había una vez una mujer morena, de pelo muy corto, siempre lo había llevado así, decía su madre que no tenía tiempo para peinarla por las mañanas y le impuso esa moda, la verdad es que el pelo largo tapaba sus grandes ojos negros, brillantes, los escondía.

Era la mejor forma de enfrentarse al mundo. Le daba fuerza. Llevar el pelo largo (unos años probó) le hacía sentir como si llevara una pesada manta en la cabeza.

Para ir al trabajo en coche pasaba por una céntrica calle de una de esas ciudades en las que la temeridad hace falta para conducir.

Un día, en ese trayecto cotidiano, en la puerta del descomunal edificio de una empresa de esa calle, apareció estacionada una bicicleta rosa.

Era una bicicleta de montaña normal y corriente, pero pintada con spray rosa. Una bicicleta grafiteada muy rosa.

Llamó su atención. Estaba candada. Tanta energía y sujeta, obligada a detenerse ¿Quién la habría dejado allí?

«Alguien en este edificio viene a trabajar en esa bicicleta rosa»

Empezó a imaginarse al personaje ¿Quién viajará en ese vehículo tan llamativo? Alguien peculiar.

Una frase ya pensada «no me lo pondría, pero me encanta que él/ella lo lleve…»

Hay determinadas cosas, peculiares, llamativas, fosforescentes… que no usamos. Colores, formas, texturas que, cuando pasan a nuestro lado nos obligan a detener nuestra atención sobre ellas unos milisegundos. Nos despiertan y nos sacan del ritmo diario. Nos rompen los esquemas, aunque no queramos. Hacen que sintamos enfado, nos irritan incluso…

Meses y meses mismo trayecto y misma bicicleta rosa estancada. Siempre en el mismo sitio. Alguien se la había olvidado allí ¿Le habría pasado algo? Algo inesperado que no le permitía soltarla y darle vida.

La mujer empezó a preocuparse por alguien que no conocía a través de esa bicicleta.

Unos días después observó que varias bicicletas de colores oscuros, marrones, azules marino… elegían estacionarse alrededor de nuestra bicicleta rosa.

Eso llamó su atención. Aceptación. Más personas querían seguir esa misma idea, con menos atrevimiento pero sutilmente se fueron aproximando. Se habían convencido.

Ir a trabajar en bicicleta, aparcar en la puerta. Salud y comodidad.

De repente esa bicicleta rosa tan excéntrica que daba tanta sensación de abandono había creado moda.

Los días siguieron sucediendo y pasar al lado de aquella acera, parar en el semáforo rojo y observar cómo aquella verja se veía inundada de candados y ruedas se convirtió en una atracción al ir a trabajar.

La acera rebosaba de gente inexistente, pero estaban allí, lo contaban sus bicicletas estacionadas. Ellos trabajando y ellas observaban y esperaban impacientes a que terminaran para tomar velocidad. Y rodar. Vivir.

Un día pasó algo inesperado.

La empresa entendió que hacía falta un parking de bicicletas, tantas amontonadas en la acera daban cierta sensación de caos en la puerta que no podía permitirse.

De repente llegó el orden. Aquél individuo al dejar estacionada de forma desinteresada la bicicleta rosa había generado un cambio en esa empresa ¿Habría sido intencionado? Demasiado enrevesado para pensar que fue así.

Después de que se instalara el parking de bicis (por supuesto movieron la bicicleta rosa y le dejaron un hueco en el nuevo estacionamiento, quizá como monumento a la colonización) el viaje se volvió de nuevo cotidiano, dejó de tener tanto interés.

Siempre quedaría la duda del personaje que había comenzado todo esto, pero poco a poco la bicicleta rosa se fundió con el paisaje sin querer.

Entonces nuestra mujer se cambió de casa y el trayecto al trabajo se modificó.

Una mañana (hacía meses que no conducía por aquella calle) la mujer iba con su recién estrenado ligue en coche de nuevo por allí, y le empezó a contar la historia de la bicicleta rosa.

Nooooooo!!!!! 🙁 🙁 🙁

No os lo vais a creer. Al llegar a la acera la bicicleta ¡no estaba!

¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿¿ …… !!!!!?????

Las bicicletas marrones habían podido con ella ¿O habría decidido marcharse? ¿Se habría aburrido?

La tristeza duró lo que tarda uno en llegar al siguiente semáforo y la conversación se tornó por otro lado.

Lo más sorprendente de esta historia es que ese mismo día horas más tarde, en un precioso atardecer de esos en los que los azules dan paso a los morados, burdeos, rojizos y anaranjados cielos de una ciudad atascada, iba ella de copiloto y de repente la vio en el trayecto a su nueva casa.

Estaba allí, esta vez abrazada a una vaya medio derruida, en medio de una rotonda. Sin edificios, sin paredes, sin muros. Aire libre.

Flipó, flipó y flipó… No podía ser, era la bicicleta rosa!!!!

«No te olvides de mi»,  le dijo al acercarse.

Pero ¿quién te ha puesto aquí? Cómo se puede comunicar alguien de forma tan profunda con un objeto inmóvil. Y tan rosa.

¿Cómo sabes dónde estaba, cómo me has encontrado?«

La curiosidad, esa herramienta que nos acompaña desde que nacemos, desde que nos tocamos la cara por primera vez. Esa justo que dejamos atrás cuando permitimos que la rutina y el ritmo frenético del tren en que viajamos nos absorba y nos oculte, como una manta.

Interesante cómo ese viaje en la bicicleta rosa, sin haber subido en ella, puede haberme movido tanto por dentro.

No quiero saber quién la inventó, la candó y luego le cambió el destino.

¿O sí?

Quizá ya lo sepa… ¿Y para qué estará ahora allí? ¿Qué querrá?

La curiosidad, no te la dejes en casa al salir a trabajar.

PD: La realidad de la bicicleta rosa, para los más curiosos, la descubrí después. En realidad no quería conocer la historia real, la mía me gustaba más. Sobre todo porque no tenía un final.

Parece que cuando respondemos una pregunta de alguna forma se acaba la diversión.

Quizá es que una empresa que promociona el deporte sobre bicicleta, anda dejando bicis de color rosa por la ciudad a modo publicitario. En una vi este cartel e investigando en la web encontré esta noticia en el periódico.

Puede ser esta la solución o no… Lo que tú quieras.

Un abrazo

🙂 A mi padre, que de pequeña me leía todas las noches un cuento antes de dormir y me ayudó a entender la bicicleta.